Estiré el brazo para cogerlo, con un leve bostezo me volví a incorporar en la cama.
Tras mirarlo y manipularlo delicadamente, me fijé en la parte superior, tenía un extraño botón.
Apreté el botón. Los claxsons de los coches dejaron de sonar, la vecina de al lado dejó de regañar a su perro; me asomé a la ventana, la Quinta Avenida estaba totalmente paralizada. Había parado el tiempo.
Empecé a reír, aquello no podía ser cierto, estaba realmente sorprendido. Nuevamente, pulsé el botón metalizado bañado en oro.
Los claxsons volvieron a sonar , mi vecina seguía gritando, voces de personas, el vibrar del metro...
Nueva York había estado paralizado durante unos segundos. Estaba boquiabierto, ¿en serio era real? No podía serlo.
Volví a para el tiempo, cogiendo mi sudadera favorita, subí a la azotea de mi edificio.
Decisión inmadura y cobarde por mi parte, decidí no echarme atrás.
Me senté en el borde del rascacielos de enorme cristaleras y colores apagados (como todo en esta ciudad).
Salté al vacío. Mi cuerpo caía a una velocidad trepidante, que, en mis últimos segundos de vida, asustaba.
Mi cuerpo se iba a estrellar contra el suelo. Tenía el asfalto a escasos centímetros de mis ojos aún enrojecidos.
Me incorporé violentamente, había total oscuridad, estaba sudando, tenía el corazón a mil por hora. No podía creer lo que había soñado.
Lo estaba pasando muy mal, pero yo nunca sería tan necio de arrebatarme el mayor regalo del mundo, la vida.
Nuevamente, me sorprendí. Más pálido que un folio, con el corazón en la boca, no paraba de sudar...
El reloj estaba en mi mesilla.
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